domingo, 1 de noviembre de 2015

Día de muertos.

Cuando era muy niño, de vez en vez veía que mi madre ponía muchas veladoras en la casa… agua en un vaso y un plato con sal… Decía que era para las ánimas que venían a casa en esos días... no podía imaginar a que se refería, ¿qué eran las animas?... no lo sabía… pasaron los años y recuerdo que en una visita al Museo Anahuacalli, una visita a la que me habían enviado en la escuela, vi lo que eran las ofrendas y me impresionó… . Con una cara de susto y los ojos desorbitados miraba a mi papá incrédulo de lo que estaba viendo…  los huesos de los cuerpos fuera de las tumbas en situaciones por demás inverosímiles y llenos de un aroma a flores, copal y cera… Don Rafa, mi padre me abrazó y me dijo que eso hacía el resto de la gente en esos días… que era algo que venía de antes de Colón… -qué extraño- dije yo…  -No hijo, los extraños somos nosotros- me dijo él…  A partir de ese año, cada año intentaba recrear las ofrendas que vi en el museo… años tras año era una lucha entre mi madre y lo que a mí se me ocurría… ¡yo quería flores, retratos, mucha comida y pan…! ¡Ah como me acuerdo del aroma del pan y el copal! No fue sino hasta que tuve mi casa que la primera vez que puse una ofrenda de muertos  que me di el gusto de decorarlo como a mí se me ocurría… y a lo primero que me enfrente fue a que visualmente eran muy linda… pero no tenía ningún muerto a quién ofrecérsela, eso me hizo sentir muy mal, porque de repente había deseado tener al menos uno a quién ponerle un altar… Cuando en mis primeros años de facultad, comenzaron a morir gente que yo conocía… de repente y sin darme cuenta, mi altar se había llenado de fotos y papelitos con el nombre de mis “amigos de carrera” eran los años más críticos del SIDA y eso no nada más llenó mi mesa en casa, me ocupó de poner ofrendas en festivales de concientización en la “Plaza de Río de Janeiro” una plaza muy cerca de donde entonces vivía, ajeno a todo y a todos… Poco a poco fui haciendo lo que mi madre hacía, deje de poner flores y comida porqué cada vez eran más las veladoras que ocupaban el espacio y siempre me aterraba que mis perros en el afán de comer lo que veía… tiraran algo y pasara una desgracia… Entendí a mi madre… esa fue la razón, por la que ella no ponía nada de lo que yo veía en la casa de mis vecinos y en el Museo... siempre estuve rodeado de católicos…  y siempre anhele mucho de lo que ellos hacía… Una vez en uno de esos emocionados días hice una “Catrina” de 180 de alto… la hice toda de cartón y la vestí de rosa mexicano con pedazos de papel crepe como escamas… un gran sombrero y unas inmensas alas de murciélago… Esa catrina ha sido el centro y el alma de muchos festejos, en casa y en galerías y museos… y en algunos locales de negocios familiares y de algunos amigos.

Con los años se transformó lo que yo hacía tan solemnemente… la gente enloquecida te gritaba -¡¡¡Feliz día de muertos!!!- como si fuera algo que tuviera que celebrarse y vivirse con alegría… jamás entendí lo de ir a fiestas disfrazado, jamás se me ocurrió tal cosa… y no por una falsa sensación nacionalista sino que simplemente… no era algo que estuviera en mi contexto… en mi casa no se acostumbraba, no se entendía y se consideraba hasta de mala educación hacer una fiesta en medio del dolor de algunas personas… Una vez, recuerdo la primera vez que supe aquello de “Pedir calaverita”. Mi hermana mayor se casó un 1 de noviembre, había tanta gente en la fiesta y era tanta la preocupación por atenderla que “los niños” de la  casa se les olvidaron a los mayores… mi hermano y yo nos salimos a la calle… y así vestidos con un traje de fiesta y corbatín… le pedimos a los vecinos que nos hicieran una calavera como la de ellos… eran de cajas de cartón para los zapatos, de una simpleza que maravillaba, tan sólo triángulos en los ojos y nariz u una línea con dientes en la boca… una vela dentro y una ranura arriba para que cayera el dinero que se pedía.. –“me da mi calaverita”- decíamos… A alguien de la fiesta le causo mucha gracia vernos a mi hermano y a mí, muy trajeados pidiendo dinero que le pareció sencillo decirle a mis papás… Cuando Don Rafa y Doña Carmen se enteraron, no te cuento Gil, como nos fue, estaba mi madre muy ofendida porque sus hijos pedían dinero y mi padre que siempre fue mucho más adaptable tan sólo  se reía y le decía -negrita, los niños no saben, no te enojes-,-Anda, dile a tu mamá que lo no vuelves a hacer y vete a lavar- nos dijo a mi hermano y a mí. Ahí termino mi carrera de pedigüeño… y jamás disfrute de algo similar.


Ahora, ha quedado muy lejos aquellos años de querer tener un muerto y bailar con él en esas fechas… Por años puse las fotos de mis amigos muertos, de alguno de mis perros… hasta que todo cambió para nunca más ser igual un 24 de diciembre murió mi padre y con esa muerte… comenzó el desfile de la gente que verdaderamente me significaba, al año, murió mi madre… años después Quetoli mi perrito negro, Libertad, Mi hermano Alejandro, mi hermana Blanca, mi amigo Javier Salazar, Ernesto, Yoshi y muchos más…  Mi altar dejo de tener sólo fotos de amigos muertos,  ahora estaban las fotos de mis padres y mis hermanos. La ofrenda de muertos tomó un significado diferente, dejé de ver lo festivo que dicen que es  para los demás… y se convirtió, creo en una celebración de la vida y al menos para mí, en una nostalgia egoísta por los que  ya no están y sobre todo porque me recuerda mi propia mortalidad y a veces, sólo a veces,… me asusta pensarlo.

lunes, 3 de agosto de 2015

“El Pipis”

Cuando comencé a transcribir todo esto, tenía 38 años, y ya no viven mis padres, su ausencia que es muy grande, me ha llenado de recuerdos que parecían muertos o que parece que han sido vividos por otra persona que no soy yo. Y de verdad según reza la frase No soy la misma persona, pero en retrospectiva me doy cuenta que sigo siendo el mismo niño que soñó con tener un Museo, un periódico, un espectáculo circense, ser médico, científico e investigador, trotamundos en la selva africana además de tener un albergue para todos los animales que no tuvieran que comer ni donde dormir. Y terminé como un dibujante y pintor… como un simple artista.


Por supuesto, soñé con ser amado y ser feliz. Muchos de mis sueños se han cumplido otros están en proceso, por ahora valoro y reivindico muchas cosas que la vida me ha dado y por sugerencia de un amigo, escribí  el primer cuento, pero recordarlo abrió una caja de vivencias olvidadas que ya no me  puedo guardar.

sábado, 28 de marzo de 2015

"Teatro Blanquita"

El teatro estuvo presente toda mí vida, no fue el teatro culto que los intelectuales proponen, pero era vistoso, atractivo y muy familiar. El día de reyes, mis padres para ausentarse por la noche decían que iban al teatro,  Mamá decía que el dinero;  “era de papel pa´ que vuele y redondo pa´ que ruede”, y cuando fui niño hubo bonanza en casa, hubo buena educación, buena alimentación, buena ropa, muchos regalos y vacaciones muy largas, idas  al cine, al teatro y museos  En esto mis padres tuvieron mucha influencia, a mamá le gustaba ir al "Teatro Blanquita"  el teatro de revista la enloquecía, para mí era como ver “Siempre en Domingo”  pero en vivo. Cuando nos llevaban era todo un acontecimiento,  pues después cenábamos ¡todos en Garibaldi!.

En una de tantas funciones vi a Olga Breeskin, era una mujer que a mis cortos años, quizá 8, quizá 10, me parecía que su parecido con su violín era impresionante,  siempre tocaba la misma pieza, años después supe que era una de Mozart y bailaba haitiano a ritmo de percusiones que encendían mis sentidos. Más tarde salía el Mago Chen kai,  que cortaba en tres  a una persona a la vista de todos, vi a Palillo, que decían que era el papá de Ana Martín, que contaba un chiste que yo no entendía pero que provocaba las risas de los demás, y con una campana en mano bailaba al final. Ahí vi a Lin. May, una bailarina exótica como se decía. Cada vez que bajaban el telón cambiaba la escenografía,  eran bailarines diferentes con trajes espectaculares, la música era en vivo y hasta bailarinas Go-Go  tenían. Siempre estábamos cerca del escenario, íbamos mis padres Lety. Ángeles,  Carmen, mi hermano Radames y yo. Cuando salíamos mi madre estaba realmente contenta, sus ojos brillaban y sonreia mucho,  comentaban la función y quienes les gustaba más y quienes no. Algunas veces  me dijeron que yo en una de tantas, salí diciendo que a mí me habían gustado los trapitos de las muchachas, pues cuando bailaban movían la cadera tanto que su vestuario hecho  para ese fin, se agitaba por el aire y se veía gracioso, ellos se reían cuando contaban  eso.


Saliendo de ahí nos dirigíamos a cenar a Garibaldi. Recuerdo que alguna vez vi a varias chicas con las faldas tan cortas que viniendo de una familia tan estricta y represiva,   me preguntaba intrigado y asombrado si sus padres no les decían nada por  vestirse así. Mi hermana Lety me decía que no las viera porque eran muy groseras,  eso provoco que años después caminado con mi papá y mi hermano el chico, andando por el Metro Candelaria, donde había muchísimas chicas como esas, al verlas baje la vista y camine tan rápido que mi padre y mí hermano se quedaron atrás. Mi papá dijo que por andar de mirón,  no me di cuenta que ellos se quedaron atrás., Sentí tanta vergüenza que no supe que contestar, en realidad no fue así, pero ellos así lo creyeron. Estaba diciendo  que nos dirigíamos a Garibaldi para entrar al mercado de comida, mi mamá que era una experta en eso de comer en los mercados, siempre nos llevaba al mismo local con el mismo señor  y nos sentábamos a cenar,  recuerdo con agrado el sabor de los fréjoles y las tortillas echas a mano y una costilla que me chupaba los dedos, los disfrutaba mucho, todos comíamos hasta hartarnos, y luego pedían postre, el mío era siempre arroz con leche que me servían en una caja gris, creo que disfrutaba más de las cajitas que del arroz mismo, pues nunca  me gustó.

Eran días de tranquilidad  y diversión, mis padres reían y mis hermanos bromeaban, íbamos vestidos con nuestras mejores galas, mi mamá nos hacia camisas y a mis hermanas algunos vestidos. Ellos, mis padres se tomaban de la mano o del brazo y hablaban entre ellos, vigilándonos a todos. El regreso era siempre una parte a pie, y al salir a una avenida grande que no recuerdo el nombre,  mi madre alzaba la mano y con un dedo, paraba  un “Libre” (taxi) decía un “Cocodrilo” cabíamos todos, apretados o amontonados pero ahí íbamos, felices del paseo, de la cena, del espectáculo, de estar juntos. No recuerdo jamás que mi madre se preocupara por la cuenta o las entradas, eran días de bonanza, el taller de costura nos daba para eso y  más. 

Cuando ya era un adolescente las cosas cambiaron,  ya no íbamos al teatro, no podíamos ir todos a cenar fuera de la casa, las cosas cambiaron, el país mismo cambió, pero a lado de todo esto, el teatro siempre me pareció una experiencia única, había una energía que hacia latir mi corazón más rápido,  me hormigueaba el cuerpo de emoción. Además del teatro de revista fuimos a ver comedia y tragedia, “La leyenda de Moctezuma”  Moliere, El gato con botas, comedia musical que era de las favoritas de mis padres y muchísimas más. Seguramente eso me llevo al teatro y la danza. Mis padres me dieron ese regalo. Sin darse cuenta me dieron una vida llena de arte y fantasía, ellos siguieron visitando cada que podían los teatros. Cuando el "Blanquita" cambio de color, ya no asistían ahí, pero si a otros teatros. Cuando eres niño, crees que la forma en que uno vive es la misma en que viven todos, pronto supe que no era así. 

Fui un niño afortunado y haber conocido  el Teatro Blanquita de la mano de mis padres, fue maravilloso.

martes, 4 de noviembre de 2014

"El de la tarde"


Seguramente vi una película en la televisión donde se veía como se imprime un periódico y las pericias de los periodistas por conseguir las noticias... estoy seguro que debió ser algo así,  pues ese tipo de cosas me entusiasmaban mucho cuando era niño. Así que un día amanecí con eso en mi cabeza,  quería tener un periódico, informarle a la gente lo que pasaba, salir a la calle a conseguir las noticias. Y así lo hice, tenía un amigo, éramos de la misma edad pero íbamos a escuelas diferentes,  había alguna conexión y teníamos muy buena amistad. Un día le conté lo que se me ocurrió y le pedí que fuéramos los periodistas, impresores y distribuidores de nuestro propio periódico, contaríamos las noticias que tuviéramos mas cerca, y lo venderíamos en la colonia. No recuerdo el nombre de mi amigo, pero lo llamaremos José Luis. Nos montamos en la bicicleta que era negra  y de carreras de montaña, eran las bicicletas más admiradas en la colonia y nos fuimos en busca de la información. 

La colonia era chica y todas las calles tenían nombre, pero todo mundo hablábamos de las calles refiriéndonos al número que le correspondía nosotros vivíamos en la primera. En la tercera calle había un perro muerto, eran los años dónde los animales no importaban a nadie o a casi nadie, excepto a mi...  Tenía descomponiéndose varios días y esa era nuestra primera noticia, nos enteramos que lo habían atropellado y que el que lo hizo por lastima lo jalo hacia un lado de la calle y lo dejo ahí, nadie le dio auxilio y murió. Me dio mucha tristeza, y comencé a escribir la historia. Nos topamos con el problema de cómo ilustrar la nota. Necesitábamos una cámara fotográfica, no teníamos dinero y era tan cara que ni haciendo mandados juntaríamos el suficiente dinero. Le pedí a mi papá dinero, pero me dijo que eso era demasiado para un niño, tenia entonces  10 años. Y bueno, si yo podía dibujarlo estaría bien, me metí al taller de herramientas de mi padre y tome una mascarilla para acercarme lo más que pudiera al perro para dibujarlo, la verdad es que el aroma era insoportable.   José Luis estuvo de acuerdo pero en cuento vi al perro, casi me desmayo, estaba su quijada expuesta y lleno de moscas, tenia sus costillas al aire y se podía ver parte de sus vísceras de fuera, no pude dibujarlo, me sentí intruso, morboso, torpe e irrespetuoso,   me asustó pensar que pasaría con él ahí,  tenía varios días y ahí seguía. José Luis que también dibujaba, se puso la mascarilla y comenzó a dibujar... pasó como una hora y seguíamos ahí, él dibujando y yo condoliéndome por el pobre animal, la nota tenía que servir de algo, al menos para que lo enterraran -pensaba yo-. Cuando termino nos fuimos a mi casa, yo tenía un pupitre de esos que se habrían la tapa y ahí tenía hojas  lápices para trabajar. Bueno, teníamos el dibujo, teníamos la historia pero no teníamos maquina de escribir ni como hacer muchos periódicos. Tenía que hacerlos uno por uno, y así lo hicimos, escribí la nota pidiendo ayuda para que lo enterraran, pusimos fechas y copiamos encabezados de periódicos  reales como modelo para el nuestro, lo llamamos “El de la tarde”. Yo copié el dibujo de José Luis, le puse color con unas acuarelas que usaba en la escuela y él transcribió la nota, hicimos como 15 o 20 no recuerdo, tampoco recuerdo en cuanto vendíamos cada uno, pero nos lo compraban porque les sorprendía que  fuera hecho a mano uno por uno... y nos sugirieron que debería tener más noticias, como los de verdad( para nosotros era una noticia de verdad). El caso del perro les llamaba la atención porque no lo habían visto, dos días después vi como el camión de la basura recogía al perro, no me gusto,  pero cuando le pregunte a mi papá que, qué hacían con la basura y él me dijo que la enterraban, me tranquilice un poco pensando que estaría mejor bajo tierra, como los humanos muertos, que en la calle, sólo y lleno de moscas.

En otra nota hablamos de un temblor reciente, en esos días había temblado y una casa de la calle 4 se había cuarteado, la cuarteadura apenas se veía, pero era nuestra noticia y teníamos que contarla, seguimos el mismo procedimiento  José Luis transcribía uno por uno el texto y yo hacia los dibujos a todo color,   de 15 a 20 veces. Lo volvimos a vender y seguimos con la misma sugerencia, que deberíamos poner más noticias, comentarios de la colonia, avisos de los negocios y cosas así. 

Decidimos que si queríamos poner más noticias, tendríamos que hacer un periódico dominical, con lo más relevante de la noticia, En este tardamos dos semanas en prepararlo y buscar la información. Fuimos a la recaudería para saber a como estaba las cosas, ahí se contaban, todos los chismes del barrio...  lo usamos para nuestro periodico. También  le preguntamos a Don Corito, un señor muy simpático de la tienda de la esquina de mi casa, También lo pusimos: Hablamos de cosas sin importancia dos o tres más pero no veíamos nada como lo que se decía en las noticias de los periódicos que se vendían en los quioscos. ... un día de esos, pase en mi bicicleta junto a la recaudería y vi como un señor golpeaba a su mujer a puños, me espante muchísimo, jamás había visto que un señor le pegara a una señora. En mi casa me decían que a una mujer no se le pega, así que eso me impresiono mucho  y me indignó, al  otro día fui con la señora de la recaudería para que me contara, y ella que era amante de hablar de los demás, no le importó que fuera un niño y me contó todo el pleito. -Que tenía días de no llegar el señor, que cuando llegó la esposa le reclamo y se le puso al tú por tú. Y ¡zaz!  que se la suena, por fastidiosa- Más indignante me pareció, pues supe que sus hijitas no tenían que comer.  Fui con José Luis y le conté todo, me dijo que, qué haríamos para poner un dibujo de ellos, yo lo hice pero no me salió, era difícil hacer a personas reconocibles, es decir,  un retrato, así que hicimos un dibujo de él pegándole a ella y de sus hijas llorando junto a su mamá, como yo lo vi.

El periódico salió el domingo siguiente,  solo hicimos 10 pues eran mas hojas, se lo lleve a vender a la señora de la recaudería, y ella  que se lo enseña a la mujer golpeada  y esta a su señor. Se armo una trifulca, supieron donde vivíamos y fueron con nuestros papás, se quejaron de que nos estábamos burlando de ellos, de que era un problema familiar y cosas así. Cuando fueron a mi casa, estaban los dos abrazados tomados de la mano manoteando. Mí papá, que siempre fue un señor, en toda la extensión de la palabra, les dijo que por favor se calmaran, que hablarían conmigo y que no se repetiría este incidente, los despacho. Muy molesto me regañó. A José Luis no se como le habrá ido, no lo recuerdo, pero creo que a él hasta le pegaron, a mi me castigaron con no salir más y no poder dibujar. Salir en bicicleta y dibujar,  para mí, era salir a otro mundo, era vivir mis fantasías al máximo, me dolió el castigo.


José Luis y yo no volvimos a hacer nunca más otro periódico, ahí termino nuestra carrera en el periodismo. Ahora pienso a la distancia, ¿qué habría sido de nosotros con una computadora, con el Internet y todo lo demás?,  Mis sueños de periodista terminaron ahí, pero los tres o cuatro números que hicimos los disfruté muchísimo, lastima, “El de la tarde”, no se público más.

sábado, 2 de agosto de 2014

Mi mente infantil


Mi mente siempre navegó mas rápido de lo que los adultos cercanos pudieran ver pues siempre estaba viendo algo diferente de lo que era la realidad.   A mi padre siempre le dijeron que era muy fantasioso, que eso me perdería y que no era sano en un niño de mi edad, que tenía que madurar. En clase era muy común que  me hablara la maestra y que yo no entendiera lo que me estaba diciendo. Una vez mandaron a llamar a mi padre para informarle muy "apenadamente"  que su hijo el segundo varón de su estirpe, tenia un retraso mental y que necesitaba educación especial, misma que en esa escuela no podían darme pues era para "niños normales". Afortunadamente mi padre que nunca fue un hombre que se creyera lo que le decían, investigó y me llevó a lo que entonces se conocía como IMPI  y me hicieron las pruebas necesarias, sólo  para llegar a la conclusión de que era un niño completamente normal con un coeficiente intelectual propio de mi edad, pero con una capacidad de abstracción y fantasía mas grande de lo que yo mismo entendía. Y sí, entre tantos recuerdos, tengo varios llenos de confusión  además era altamente impresionable y cualquier cosa que me dijeran o me enterara yo me lo creía. Por años enteros creí que lo que cuenta Dante Alighieri en "La divina comedia", fue algo cierto, leer cosas que no tenían que ver con mi edad era entonces muy peligroso...  y quitarme de la cabeza al innombrable devorando a Judas una y otra ves, fue algo que me persiguió por las noches, hasta bien entrada mi adolescencia. Con todo esto y después de los exámenes aplicados, regresé a la escuela "Domingo Faustino Sarmiento" auspiciada por  la República de Argentina, como un niño más, con la salvedad y la consigna de no dejarme fantasear ni quitarme los ojos de encima.  Era fácil vigilarme, aún a la hora del recreo, pues siempre estaba metido con la Bibliotecaria; la Srita.  Ma. Luisa, en su oficina, hablando del último libro que leía y que al parecer no se daban cuenta, avivaba mi mundo interno, y la irrealidad en la que vivía. Mis dibujos y cosas en plastilina, daban cuenta de todo eso.

Cerca de la casa, unos vecinos habían hecho la primera comunión, y yo que era un "imita monos" como decía mí mamá, quise hacer lo mismo, así que mi primer acercamiento con la Biblia, fue cuando tenía 9 años. Cuando en mi inquietud leí el Apocalipsis de Juan, ver, literalmente, a los Ángeles abriendo las puertas del cielo para que saliera el hijo de Dios, y digo ver porque al leerlo así parecía,  fue algo que me impacto muchísimo. Noches enteras no cerré los ojos pues ahí estaban las imágenes y veía claramente como si fuera un vídeo, como las  nubes eran separadas por los Ángeles del Señor, para luego a lo lejos y en todo lo alto aparecía Jesús con sus manos sangrantes y su cuerpo maltratado. Destruyendo al mundo y a todo lo que en el vivía, por pecadores y mal sanos. 

En la Iglesia de Santa Inés, donde cada domingo íbamos algunos  amigos de mi calle a disque a  oír misa estaba un cristo que sangraba y lloraba, recuerdo que uno de mis amigos me dijo que estaba llorando porque el mundo se acabaría en el año 2000, y aunque estábamos en 1976 al sacar  mis cuentas y ver que estaría vivo para entonces, me entró tal miedo que no dormí por mucho tiempo. Una vez le pregunte a mi mamá que si esto era cierto y me dijo que el mundo se acababa cuando tú te morías. Entonces sí, el mundo terminaba, pero para lo vivos las cosas seguían igual. Años mas tarde efectivamente en el año 2000 el mundo terminó para mi madre y en gran parte también para mí.  Pero en ese entonces no entendí las palabras de ella y seguí con mis miedos, así que un buen día, le pregunta al sacerdote que estaba en el confesionario de la iglesia si esto era cierto, y el me contesto con una pregunta -¿Cuántos años han pasado desde que Dios creo al hombre?..., miles -dijo-  y el mundo no se ha acabado nunca, seguro van más de 2000,  ¿no?.  Esto fue suficiente para entender que el mundo seguiría, a pesar de que no estuviéramos nosotros y eso me tranquilizo.

Ahora que he crecido, es increíble que gran parte de mi niñez estuviera más preocupado por las cosas existenciales que por vivir una vida de juegos y nada más, no me di cuenta que sería niño sólo una ves en mi vida. Y me la pase preguntándome tontería y media que además muchas,  nunca tuve respuesta y que actualmente las que la tienen no me satisface en nada. 

Alguna ves mientras estaba en  mi recámara, me di cuenta que fuera de ella estaba mi casa,  y afuera estaba la calle, y como si desde un avión pudiera verlo,  fuera de la calle estaba la colonia, la ciudad, el país, el mundo, el universo y,... nada más, cuando pensé esto me dolió la cabeza y a quienes le pregunté no sabían que responderme. Pensar en la nada me asustó más que pensar que había otras civilizaciones y ya la idea misma me perturbaba.

La oscuridad, los vampiros, los licantropos,  y todas las leyendas mexicanas formaron parte de mis fantasías y mis miedos. Ser mordido por un vampiro y obtener el poder de la transformación, me asustaba tanto que  me gustaba al mismo tiempo  y tener la posibilidad de ser uno de ellos, me atraía enormemente, pero el coqueteo con el "Señor de las tinieblas" como decían en las películas de vampiros de mi tio Abel, no me gustaba nada.


Los libros, las ilustraciones el cine y en mucho la televisión alimentaron mi mundo onírico, para desgracia de los maestros de mi infancia, que  jamás pudieron quitarme la fantasía,  No lograron nunca, que me gustara el fútbol  ni que me interesara en lo que los demás estaban interesados... ni algo parecido a eso. Por fortuna y pesar para mí, conserve lo mejor de mi niñez, aunque ello me haya aislado cada vez más y me llene de soledad... La capacidad de asombro y la fantasía, siguen presentes en mi vida y aunque ésta diferencia jamás he logrado disfrutarla del todo, está más que comprobado,  maestra Chabelita, que no tengo retraso mental.

sábado, 5 de julio de 2014

El circo


Kiko, Paúl y Rene, eran mis vecinos de la esquina, vivían en una  especia de vecindad de buenas familias, limpias y decentes (al menos eso se decía entonces). Ahí no entrábamos fácilmente, había una portera que era como perro de seguridad, en cuanto ponías un pie dentro salía a vociferar que; ¡ ahí no se admitían niños! ... Así que siempre que iba a verlos gritaba a todo pulmón, ¡Kiikooooo! ,¡Kiikooooo!,  Él salía como bala disparada, creo que era el único amigo que tuve cuando era niño, por qué no me acuerdo mucho de otros... Él era el de en medio de sus hermanos, y era el líder, Paúl hacia lo que él decía y Rene que era el más pequeño secundaba lo que a Kiko se le ocurría. Como siempre en una de nuestras vacaciones escolares, no teníamos mucho que hacer. Y el ocio era latente en nuestras vidas, pero siempre fuimos muy fantasiosos y un día mientras Kiko me ayudaba a limpiar la pecera donde teníamos una tortuga que no sé como llego a mí. Se cayó sobre una tablita que a manera de catapulta hizo volar un buzo de plástico... Una imagen llegó a mí cabeza, plaza sésamo estaba en la televisión con una caricatura que enseñaba lo que era arriba y abajo, era un trapecista que caía  en una piscina, ¡era un circo!, ¡¡¡UN CIRCO!!! -dije yo – deberíamos de hacer un circo le dije a Kiko. Le brillaron los ojitos y dijo, ¡Si! Terminamos de limpiar la pecera y nos pusimos a pensar, no teníamos gran cosa, contábamos con una tortuga, un perico y mi talento. Habría que enseñarles algunos trucos a los animales, aprender actos de magia, ser payasos y trapecistas. Y teníamos que hacerlo en esa semana, pues el Circo tenía que abrir sus puertas...  ya. 

En un balde de agua, hicimos un trampolín por donde la tortuga caminaría y al caer al agua, haría saltar a los muñequitos de plástico que poníamos dentro, como si este fuera un espectáculo de grandes magnitudes, como un monstruo que atacaba a unos pobres bañistas. Para poderlo apreciar tal como lo concebíamos, tenían que acostarse boca abajo el público, para que a ese nivel vieran el balde y la caída y todo lo demás.

El perico, poniendo un señuelo, salía de su jaula par alcanzarlo, daría la vuelta a toda la jaula sin caerse y al final diría ¡Perico Burrrro!. Kiko y yo nos colgaríamos de una cuerda,  columpiándonos de un lado a otro y de extremo a extremo nos encontraríamos en el medio para ahí, justo ahí, darnos una luz de bengala, bueno... en realidad eran esas lucesitas que vendían en las navidades y que sacaban muchas chispas... pero era la idea... La bengala debía estar encendida, para hacer el acto más peligroso. Ensayamos casi una semana, todas las tardes, mientras mis hermanas me decían que me quitara del paso. Kiko y yo, parecíamos unos profesionales, lo más difícil era hacer que la tortuga se apresurara, a veces se emocionaba y caminaba rápido y caía, otras veces sólo se metía en su caparazón y no salía más. Y unas veces más, teníamos que empujarla, pero verla caer tirado en el piso, era como ver caer a Godzilla en el mar, el agua botaba hacia arriba, los muñequitos, saltaban y yo me emocionaba. Al perico no tenía que enseñarle mucho, bastaba con ponerle un elote fuera de la jaula y abrir su puerta, para que saliera rápido a comérselo, le daba la vuelta completa a la jaula, tomaba el elote, regresaba y decía  ¡Perico Burrrro!, Nos reíamos mucho Kiko y yo,  Rene el hermano menor haría de payaso junto con Paúl, yo les decía como y que tenían que hacer, sincronizaba los diálogos y los movimientos. Ensayábamos y ensayábamos. Me robe el maquillaje de avón que mis hermanas tenían para los payasos, recuerdo que eran como una tira de colores que parecían caramelos, se desprendía cada color y se ensamblaba con otro color.  

Todo estaba listo para estrenar, hicimos unos carteles, que en realidad eran hojas de block con mis dibujos, por supuesto, de las tortugas, el perico y los payasos,   anunciando nuestro espectáculo. Hacer estos dibujos me llevaba mucho tiempo, pues los coloreábamos con las acuarelas. Rene y Paúl se vistieron con ropa de su papá, que les quedaba grande y era la imagen justa para parecer payasos.  Kiko y yo usábamos pantalones cortos para nuestros números. Y así, el día del estreno,  salimos a la calle a gritar. ¡El Circo!, ¡El Circo esta aquí!, ¡pásele!, ¡pásele!, ¡sólo son 10 Centavos! Y tarareábamos  lo que nos parecía música de circo.   Los demás niños se fueron acercando, hasta las empleadas de mi mamá pagaron para ver la función,  teníamos como 10 personas y les pedimos que se acostaran el en piso, boca abajo. Todos nos hicieron caso, Doña Tere decía que ¿de dónde se me ocurrían tantas cosas? y comenzamos. Imitando la entrada musical de los circos que habíamos visto, comenzamos a cantar kiko y yo... Tata tarara ta ta tara  ta ta tarara ta ta ta tara ta ta Paúl Gritaba anunciando los números; ¡La tortuga gigante! -dijo- Caerá sobre el mar. El público incrédulo aplaudía y observaba como una simple tortuga se ponía en un minúsculo trampolín para luego caer... unos se sorprendían y otros no veían la grandiosidad del acto, -eran demasiado adultos- no se imaginaban a la tortuga gigante caer, así que nos abuchearon. Otros, simplemente sonreían creyendo haber viso lo que nosotros decíamos que se veía. La señora Trina, que era otra de las empleadas de mi mamá, reía a carcajada abierta, diciendo, -¡Ay pipis tú tan ocurrente!- Acto seguido, salieron Paúl y Rene a payasear con un número viejo que habíamos escuchado en la calle, el clásico, -Oye payaso, ¿Por qué tienes la cara pintada?- Y todo lo demás. Cuando nos toco a Kiko  y a mí, me entró lo que se dice "pánico escénico"... Encendimos las luces de bengala y comenzamos a columpiarnos, Kiko hacia girar la varita de bengala y se veían círculos de  luces que me distrajeron y cuando tuve que cruzar con él para que me la diera,  se me cayo. La gente aplaudió, no supe si esto les parecía que era algo bueno o lo hicieron como apoyo, pero me gusto, Kiko se reía y sus mejillas se ponían rojas de la emoción. Me baje a recoger la luz  e hice una reverencia y círculos con la luz;  me aplaudieron más.  Finalmente concluimos con el número del perico, este hizo reír a todos y más a mí, porque el perico en lugar de decir la frase acordada y ensayada, silbo una majadería y todo mundo se rió. La función fue un éxito,  todo se hizo dentro de la casa, en el patio que era muy grande, o al menos me lo parecía en ese entonces. Mis hermanas como siempre sólo observaban a distancia. Mí hermana Lety, tenía cierta complicidad conmigo, había cooperado con algo de dinero para la función. Todo mundo se levanto, las mujeres se sacudieron los delantales y se fueron cuchichiando entre ellas... mis amiguitos  reían mucho. 


La verdad a la distancia no recuerdo si dimos más funciones o no, creo que fue la única, pero lo que si recuerdo muy bien es que la disfrute muchísimo. Ese perico que creo que se llamaba Lorenzo, tenía otras frases en su repertorio que mi padre la había enseñado, finalmente al paso de los años, se murió de viejo. Decía mi papá que tenía como 25 años. Mi tortuga un buen día se salió de la tina donde la teníamos, y supongo que se metió al cuarto que algunas ves fue el cubil de mi hermano y que con los años se convirtió en el lugar de los triques, supongo que se metió ahí porque jamás la volví a ver. 

El Circo cerró sus puertas y quedó muchos años en mi memoria.  Kiko y yo seguimos inventando juegos, seguimos disfrutando de nuestra infancia,  aún, sin que nos diéramos cuenta de ello.

domingo, 1 de junio de 2014

Cuando tenía 8 años...

En una largas vacaciones de verano, que en aquel tiempo se decía sólo “vacaciones”. Como siempre no tenía nada que hacer, mis alternativas eran muy limitadas, podía ver televisión que entonces sólo era local, no había cable. El canal 5 con Rogelio Moreno, sobrino igual que yo del tío Gamboin, programaba horas de caricaturas y alguna que otra película infantil o podía salir a la calle a andar en bicicleta o en mis patines, intentar  jugar, descubrir la colonia montado en ruedas yendo  mas lejos cada vez. Quizás hacer algunos encargos para ganarme un dinero cuando era niño eso era muy apreciado, recuerdo a Cesar un niño que salió en pijama de su casa sólo porque vio que tenia un "Batimovil" de control remoto que nadie mas tenia: El y yo nos hicimos muy amigos, era mi álter ego, era fuerte decidido, rudo y me protegía. Con él salía a las 12 del día a recorrer las dos cuadras más cercanas a nuestra casa a preguntarles a las señoras que si querían que les compráramos las tortillas,  nos daban sus servilletas nos íbamos a comprarlas a la colonia Morelos, porque allá la tortillería tenia fama de muy buenas, y porque era tan lejos, que  para nosotros, nos parecía toda una travesía y una aventura. Cargábamos entre los dos una bolsa muy grande de yute  con los kilos de tortillas, apenas podíamos con la bolsa, a cambio nos daban una propina, que nos hacia sentir muy bien, mi mamá nunca se entero de esto o eso creía yo, seguro se habría enfadado. Esa era otra opción de mis vacaciones y la otra, eran juegos  producto de mis fantasías tan complicados,  que no tenían eco en nadie mas que en mí.

Recuerdo que un día mi padre me llevó al Museo de Arte Moderno, la construcción era muy adelantada para todo lo que yo veía, era modernista como entonces se decía. Estaba tan lejos,  allá por Chapultepec, que teníamos que caminar al metro y luego después de un larguísimo túnel y varias estaciones llegábamos a la estación que nos llevaba al Museo. Mi papá que lo sabía todo de todo, me dijo que era un museo muy importante. Tenía una exposición de arquitectura contemporánea futurista, vi maquetas de edificios y casas dentro de la tierra, en lo que sería la azotea, estaban los montes llenos de pasto y árboles, vi calzadas,  automóviles y personas en medio de esos montes llenos de verde con edificios en sus entrañas, me impresionó muchísimo, mí papá me decía que así viviríamos en el año 2000, que mí hermano estaba estudiando para ser arquitecto y construir casas como esas,... me impactó. Luego nos metimos a otra sala una obscura llena de pinturas, eso me gusto mucho más, había esculturas y muchísimos cuadros, pero vi una muy grande con dos señoras que estaban tomadas de las manos,  con el corazón por fuera desangrándose. Me hizo sentir que mi vida era muy pequeña y que ella debía sufrir mucho pues tenía unas pinzas deteniendo la sangre de una de sus  venas. Seguí caminando viendo pinturas, mi padre me hablaba de esta y de aquella, y yo lo escuchaba, me sentía en un lugar mágico lleno de cosas importantísimas,  me sentía observado por todos los cuadros, escuchando las explicaciones de unas jóvenes uniformadas, hablando  de todos y cada uno de los cuadros. Eran un lugar cálido y eso me gustó, me gustó que la gente hablaba en voz baja, que los niños no corrían,  que la gente leía y hablaba entre si frente a una pintura. Me sentí transportado a un mundo en el que yo me sentía muy bien.

Ese recuerdo me impacto muchísimo y en esas vacaciones haría un lugar para mí como el que vi en ese Museo. Así que mi última y mejor opción era; ¡Tener un Museo para mí!. Paso número uno; tenía que saber en que parte de mi casa podía hacerlo, por supuesto descubrí que en ningún lado. Mi madre tenía su  taller de costura en casa con sus empleadas, siempre había más gente que la misma familia, mis hermanas eran muchas 5  y si bien había cuartos para todos, no había uno para mí, el que estaba debajo de las escaleras, era el cubil de mi hermano mayor que estaba estudiando para hacer casas, sólo que él siempre estaba bien vestido y no como los señores que veía como construían casas por ahí, años después entendí la diferencia. Seguí buscando el lugar idóneo, y descubrí a la mitad de la cerrada donde vivía un camión lechero abandonado que tenía un gran espacio atrás. Se abría por ahí con dos puertas pesadas hacia fuera como las del museo. Sólo estaba sucio, pero se solucionaba con jabón y agua. Lo lavé y limpié a conciencia,  tenía que verse como el Museo de arte Moderno, era oscuro también,  pero algo de luz,  tenía que ponerlo igual o  mejor. Días después de que lo limpié, en las enciclopedias que mi papá compraba, vi que antes de esas pinturas que vimos, había muchas cosas más, estaban los griegos, los fenicios, los egipcios y los aztecas, pero antes, antes estaban los prehistóricos con sus pinturas y sus lanzas. Yo iba a contar esa historia en mi mueso y le haría como allá, un recorrido y les contaría cuadro por cuadro la historia. Así que con el dinero que ganaba haciendo mandados de las tortillas, fui con Doña Lupe una señora que no se cansaba de contarme lo buena alumna que era su hija, que teníamos la misma edad, pero era la dueña de la única papelería cerca que yo conocía y además ahí me dejaban ver una por una, todas las monografías que  tenían, y compré todas las que puede de las civilizaciones más importantes, de la era prehistórica, todo lo que me resultaba bello e importante. Había una de la mitología griega que me impresionaba muchísimo. Cuando regrese a casa, recorte  cada una de las ilustraciones y descubrí que eran muy pequeñas, las del mueso eran más grandes tenían que ser más grandes, pero no vendían de esas, así que me puse a dibujar todas y cada una de las ilustraciones que más me gustaban para ponerlas en un cartón como marcos. Recuerdo muy bien que dibuje a “Marte devorando a sus hijos”,  “El rapto de las meninas”, a “Hermes” y “Aquiles”, “El Caballo de Troya”,  “La Gioconda” y un retrato de “Napoleón Bonaparte en su caballo”. También hice en plastilina, las puntas de lanza talladas en piedra de los hombres de las cavernas. Vasijas, mascaras y dijes,  platos, y esculturas de torsos, cabezas, manos. En tarjetas escribí cada detalle de todas esta piezas y ya que tenía  todo, le pedí a Kiko un amigo de la esquina de mi casa que era el único al que mis juegos le parecían geniales, le pedí que me ayudara, que colgáramos en el camión las cosas,  que cobraríamos 10 centavos por entrar y que le daría la mitad. Se entusiasmo mucho y me ayudo. Cuando íbamos colgando las cosas le iba contando que era,  de que se trataba. Se le veían su ojitos muy risueños, era muy blanco y se le veían sus cachetes rojos de la emoción  y la risa. Tardamos un día entero en hacer todo esto, los niños de la cerrada estaban intrigados, pero no los dejábamos entrar, les decíamos que tenían que pagar mañana y que además al dejarlos ver les contaríamos que trataba cada dibujo. Yo estaba  muy contento, no me importo estar todo el día haciendo eso, Ya  había pasado varios días dibujando y modelando en plastilina todo, cuidándome que mis hermanas no me tiraran mis cosas a la basura pues decían que puras tonterías  se me ocurrían,  le implore a mi hermana Lety que me dejara meter mis plastilinas el congelador para que no se deshicieran, ella acepto, siempre me decía que si a todo. Así que un día más de trabajo no importaba. Esa noche dormí muy contento muy emocionado, al amanecer y enseguida que mi padre se fuera a trabajar iría a ver como se veía lo que hicimos Kiko y yo. Fue una noche muy larga y muy emocionante, tenía un Museo que les enseñaría a todos en la calle, estaba feliz, muy feliz.

Por la mañana, desayuné, me bañé y salí lo más rápido que pude, fui a tocarle a Kiko, él estaba listo también y como si fuera una función de circo comenzamos a gritar en la calle, ¡pásele, pásele! ¡El único Museo cerca de usted, podrá ver la historia de nuestros antepasados, podrá ver como Marte devoró a sus hijos, pásele! Los niños de la cerrada tenían mucha curiosidad y pagaron sus 10 centavos por subirse al camión. El espacio era el que un camión repartidor de leche necesitaba, quiero decir que nadie estaba de píe dentro, sólo los más pequeños, pero Kiko y yo estábamos de rodillas explicándoles todos los dibujos, algunas niñas se impresionaban con nuestras historias, y decían que eso no era cierto, que eran mentiras. Otras sólo se asombraban y veían. No recuerdo si fueron muchos visitantes o pocos, pero mi vago recuerdo me dice que fueron muchos niños, y los más grandes querían entrar pero no los dejamos, les dijimos que tenían que pagar pues eran obras de arte,  y que así era. Se reían y se burlaban, yo no los veía, les tenía miedo, no hablaba porque siempre se burlaban.

Ese fue un día largo y agotador, pero me sentía muy contento, no recuerdo cuanto dinero ganamos, pero si me acuerdo que compramos refrescos y Pingüinos para comer, Kiko saltaba de emoción y de gusto, quería que arregláramos el camión para ir a otras calles con el Museo. Cuando me metí a mi casa estaba feliz, sentía que todo fue como la visita que tuve con mi padre, pero mejor pues todo lo había hecho yo. Después de cenar con mis hermanos y mis papas, me fui a la cama a dormir cansado y emocionado, seguro se enterarían en las otras cerradas de la colonia, e irían a ver que era  eso de lo que tanto hablaban. Mañana irían a ver el Museo –pensaba emocionado-  tenía que levantarme temprano para limpiar y arreglar alguna pieza que se hubiese movido. Me quedé e dormido con todo eso en mi cabeza.

La mañana siguiente desperté muy temprano, desayuné con mi papá y me bañé, en cuanto él se fue me salía a buscar a Kiko a su casa, Pero al llegar a la mitad de la calle lo encontré al pie del camión sentado en el piso, con su cara impávida, me vio y se levanto, -fue “el pescado”-, gritaba, -fue él anoche oí sus risas en la calle por mi ventana, fue él... -Las puertas traseras del camión estaban abiertas. Mis dibujos estaban rotos en pedazos,  orinados, las plastilinas estaban llenas de tierra, aplastadas, deshechas, empalmadas unas con otras, lloré y ahora, en este momento,  lloro al recordarlo, me dolía desde la base del estomago hasta la quijada. No sabía porque algo tan bonito, podía terminar así. No los vi, pero en mi cabeza escuchaba y veía las imágenes de ellos al “pescado” y sus amigos destrozando mis cosas, destrozándome la emoción. No dije nada, Kiko seguía gritando, -¡vamos a pegarle, vamos a pegarle!-, decía. Vi a Kiko a los ojos estaba llorando también, no le dije nada, me di la vuelta y me fui, caminé hasta mi casa, llorando, mi hermana Lety preguntó qué me pasaba, le dije lo que vi, ella me abrazo y algo que no puedo recordar me dijo al oído. Me fui a mi cama, y seguí llorando por un largo rato que se prolongo toda la tarde, seguro que el llanto me agoto y me quede dormido.

Esas vacaciones pasaron muy lentas, no salí de mi casa, ya no hice mandados, ni descubría mas nada de la colonia. Estuve  modelando ballenas y delfines, hasta focas y sirenas en plastilina, llené el congelador del refrigerador. Lety no me decía nada por guardar mis cosas ahí, alguien debió tirarlas después, pues no recuerdo haberlas sacado. Veía la televisión todo el día, Rogelio Moreno y el Tío Gamboin, era mis amigos, leí “Alicia en el país de las maravillas” y me aterró, ese conejo me persiguió en mis sueños por muchos años. Así estuve solo y encerrado unas largas vacaciones,  esperando regresar a la escuela con la Srita.  Ma. Luisa la  bibliotecaria, para que me prestara otro libro pues ese no me había gustado, siempre hablábamos de lo que leía, en mis horas de recreo, estaba ahí, en la biblioteca con ella sus libros y mis fantasías.


Agosto de 1973